Cosmoagenda, miercoles 26 de Septiembre

12.00 h ¿Y por qué no? Continúan los talleres formativos de Cosmopoética para mayores de 50 años en la Facultad de Filosofía y Letras.

17.00 h ¿Cómo escribir cuentos (para adultos)? La asociación literaria Mucho Cuento, con Antonio Luis Gines y Francisco A. Castro al frente, continúa desvelando los secretos para hacer de un relato corto una pieza literaria maestra en la Biblioteca Municipal Central.

 

Córdoba frente al misterio: el zombi de los Tejares

Cuando Fernando de Cárcamo se asomó a la puertecilla trasera de la casa, la mujer se sobresaltó primero, pero luego debió ver el cielo abierto. El joven noble estaba disfrutando de una de sus correrías nocturnas por la ciudad, las cuales le habían hecho famoso y poco popular entre los vecinos, cuando los gritos desgarrados de aquella señora le habían obligado a acercarse a ver qué pasaba.

Oyendo las voces, había dado un par de vueltas por las cercanías del convento de la Merced, adonde había llegado saltando la muralla junto a la puerta de Osario (ele), y al final se había encontrado la escenita de una mujer amortajando a su marido muerto, mientras dormía, en mitad de la noche veraniega.

El juerguista hizo de la necesidad virtud y le dijo a la buena señora que se fuera a buscar al cura del barrio de San Juan, mientras él se quedaría con el muerto en un patio. El Cárcamo se debió sentar delante de aquel hombre, rezaría alguna oración y luego se quedaría tamborileando con los dedos en alguna mesita, pensando quién carajo le mandaría meterse donde no le llamaban.

Pasaron unos minutos, don Fernando casi daba cabezadas, cuando oyó algo, se volvió hacia el difunto, y lo descubrió sentado en la cama, mirándole fijamente. En el siglo XXI, pasado el susto inicial, habría buscado una cámara oculta, pero en el siglo XVI no había de eso. Tampoco se le pasó el susto inicial, porque el muerto se levantó y caminó hacia él con las manos extendidas.

El caballero se defendía, según cuentan las crónicas, “pareciéndole cobardía arremeterle con las armas que el otro no tenía”, así que se zurraron a manotazos, con el amortajado intentando ahogar al Cárcamo. A eso de las tres de la madrugada, cuando apenas le quedaban fuerzas para defenderse, el joven vio cómo el difunto le soltaba, se retiraba a su lecho y se volvía a tumbar inerte. Dio unos pasos atrás, se sentó también, blanco como la cera, y en ese momento abrió la puerta la señora, que ya venía acompañada.

Después de recibir los agradecimientos, don Fernando de Cárcamo, en vez de volver a entrar a la ciudad, caminó hacia el norte, cuando el cielo ya empezaba a clarear. Se presentó en el convento de San Francisco de la Arruzafa, del que hablamos hace poco, y tomó el hábito esa misma mañana, arrojándose entre lágrimas al guardián del convento. Allí vivió el resto de su vida, y allí murió entre la admiración de toda Córdoba por su conversión.


“Casos notables de la ciudad de Córdoba”, anónimo. Edición de Francisco Baena Altolaguirre, 2003.

La muralla y los almogávares: ¿existió una puerta de Benito de Baños?

Córdoba recuerda pocos nombres relacionados con el episodio de la conquista de la ciudad a los restos del imperio almohade, en 1236. Algunos de ellos, como Álvar Pérez de Castro o Pedro Ruiz Tafur, figuran como jefes militares de algunos de los batallones que ocuparon la Axerquía aquella noche. Pero hay dos que siempre van unidos entre sí y a una historia (quizás leyenda) épica de acciones de comando al estilo medieval: son los almogávares Álvar Colodro y Benito de Baños, siempre mencionados en ese orden.

Resulta bastante curioso. Hace tiempo me pregunté qué tenía Colodro que no tuviera Benito de Baños, para que una puerta de la ciudad llevara su nombre en recuerdo de la acción militar. Parece bastante injusto que, sin que se tenga noticia de que uno estuviera por encima de otro en rango o importancia, a Alvar Colodro se le diera ese privilegio.

¿O no fue así? ¿Quedaron los dos en el recuerdo porque realmente existieron dos puertas en la muralla, cada una con el nombre de uno de los soldados?

Sólo he encontrado una cita en relación a este tema, en el artículo “El recinto amurallado de la Córdoba bajomedieval”, de Escobar Camacho, quien hace referencia a la descripción de la muralla por Enrique Vaca de Alfaro en el siglo XVII*. En dicha descripción aparecen, entre la puerta del Colodro y la de la Misericordia, unas “torres de Benito de Baños”, construidas en argamasa y con un arco entre ellas. En el plano que acompaña al artículo, aunque con poca resolución, se sitúan esas torres a medio camino entre las puertas del Colodro y la Misericordia, en un pequeño recodo como el que albergaba, en origen, las puertas de la Misericordia (Alquerque, por entonces) y Andújar.

La presencia de torreones en la muralla unidos por un arco (volado o adosado al lienzo de piedra) aparece, aparte de este punto, en otros tres lugares de la cerca cordobesa:
– En la puerta de Baeza, que se conservó hasta finales del siglo XIX.
– En la primera ubicación de la puerta de los Sacos en el lienzo sur de la muralla de la Huerta del Alcázar (de este tema hablaremos en unos días).
– En la primitiva puerta de Andújar, que fue macizada para formar la conocida como torre de los Donceles.

En definitiva, esa estructura responde a las necesidades defensivas de una puerta de la muralla, y no parece descabellado pensar que existió una puerta de Benito de Baños, tapiada ya para el siglo XVII, cuatrocientos años después de la conquista, quizás como consecuencia de alguna epidemia, como ocurrió en otros casos más modernos y mejor documentados.

Por desgracia, un acontecimiento tan temprano en la historia de la Córdoba castellana estaba ya más que olvidado cuando se escribieron las completas crónicas del siglo XIX, y no tenemos más datos para hablar sobre esta hipótesis que los que la arqueología nos vaya dando.


 * Archivo de la Catedral de Córdoba, tomo 278, folios 5 r. y 6 r.